Crisis y Posibilidad Educativa
Escrito por José Antonio Pérez Cruz
No sé si porque a cierta edad las cosas, o pasan volando o más bien nos ya nos detenemos maduramente a ver cómo pasan; pero de que cambian, cambian.
Y cambian las cosas y cambiamos las personas aunque paradójicamente seamos los mismos... pero no completamente.
¿Somos los mismos que cuando teníamos 5 años? ¿10? ¿15?... Nuestra cultura, ¿es igual hoy que cuando nacimos?... Y los valores, aquello que nos resulta valioso, aquella “rosa pintada de azul” que es un motivo ¿permanece intacto?...
Pues no; parece que se va modificando y sin embargo, a pesar de esas aparentes mudanzas ontológicas cada uno de nosotros nos reconocemos como somos en nuestra propia identidad. Seguimos siendo los que éramos pero ya no del mismo modo.
Y es en este contexto que me apetece hablar de los valores y las virtudes en mi quehacer como educador.
Comenzando con los valores y su socio-histórico devenir es muy común que hablemos (con cierta gravedad y en pose de sabia parsimonia) de “crisis de valores”. Sin embargo, cada vez me convenzo más de que esto es una especie de cliché o término sesgado y equívoco. En otras palabras, no es verdad, los valores están ahí; permanecen. Y es que si decimos que hay una “crisis de valores” entonces nos libramos de toda culpa ya que ni tú ni yo somos los valores, por lo tanto, ni tú ni yo estamos en crisis.
Pero ¿qué pasaría si en lugar de “crisis de valores” dijéramos “crisis de virtudes”?
Gran diferencia. Y es que las virtudes, a diferencia de los valores, se encarnan en las personas y si existe una “crisis de virtudes” hay por tanto una crisis personal y tu y yo somos personas y por tanto nos afecta, nos interesa, nos interpela y nos compromete.
Los valores no son el bien; hacen referencia si, a una magnanimidad pero también a cierto grado de inacción. Repito los valores no somos ni tú ni yo, los valores surgen y cambian. Por supuesto son absolutos, sin embargo cada circunstancia socio-histórica realza algunos y desprecia otros.
Las virtudes por otro lado, hacen referencia al ejercicio del bien. En otros términos, resultarían ser la actualización de los valores en la propia biografía como una conquista personalísima que se proyecta en lo social y se transmite culturalmente.
Ni tu ni yo elegimos el tiempo, país y cultura de nuestro nacimiento, sin embargo las virtudes están ahí, en modo embrionario y rupestre esperando al compromiso personal e irrenunciable, específicamente humano de actualizarlas en pleno ejercicio de la libertad.
Y es que la acción humana (tema amplísimo que tendremos que abordar en otra ocasión) nos plantea, en el fondo, una enorme encrucijada: una cosa es ser persona y otra, hacerse persona. Somos una permanente biografía incompleta en construcción del mejor capítulo.
Lo propio de las personas es la autoconstrucción (virtuosa podríamos decir), partiendo de lo dado: el ser.
Claramente en el camino de autoconstruirnos tenemos que actuar, y en ese proceso cambiamos el mundo, transformamos nuestra realidad mediante el proyecto de hacernos personas. Cada uno de nosotros nos revelamos como un “perfeccionador perfectible”, porque podemos perfeccionar todo lo que hacemos en este mundo.
Al final (y quizá me estoy atreviendo a mucho) habremos tenido una vida valiosa si hemos contribuido a perfeccionar nuestra realidad. En términos de una empresa de negocios: la vida es la plusvalía que cada persona alcanza a lo largo de su propia biografía. Así de simple.
Y es que lo dado se asume como tal porque es un regalo, pero el desarrollo, el llegar a ser, el desarrollo virtuoso es nuestra responsabilidad irrenunciable.
Cada decisión que tomamos, cada acción que realizamos nos construye y define; podemos decir que somos rehenes de nuestra propia historia. Y del mismo modo podemos deducir que nos encontramos cautivos de nuestro proyecto de futuro, de aquello que definimos como nuestro punto de llegada a la autorrealización.
Y en términos simples podemos decir que autorrealización es el camino que sigue cada persona en búsqueda de lo que en realidad quiere: ser feliz. Un deber y un derecho. Y ¿cómo ser feliz? pues simplemente haciendo lo que nos da la gana, si, haciendo lo que queremos so pena de renunciar a nuestra condición humana.
En cuanto personas tenemos libertad y con ella podemos definir nuestra vida, pero también hay que tomar en cuenta que resulta indispensable acertar en aquello que nos viene en gana para que vaya en consonancia con lo que nos hace crecer y desarrollarnos, si no, en vez de ser felices, seremos profundamente desgraciados.
Tenemos el deber moral de autorrealizarnos: crecer como personas lo mejor que podamos, ser la mejor versión de nosotros mismos a través del desarrollo de virtudes. Este es nuestro gran proyecto. Hay que crecer y crecer desde dentro para desbordarnos hacia afuera, hacia los otros.
Llegados a este punto nos encontramos con la labor educativa, docente y el bueno de Protágoras que decía que las virtudes no se pueden enseñar ( si, ¿se han dado cuenta que siempre hay un griego antiguo que nos mete en problemas? ).
Entonces, ¿cómo enseñar lo que consiste en hacer?
Una persona valiosa busca realizar en sí los valores, encarnarlos como virtudes y hacerlos parte de su biografía. Quien es virtuoso y se desborda a sí mismo se convierte, automáticamente, en un modelo, y la admiración fomenta la imitación. Encontramos entonces en el otro algo que nos resulta valioso y no poseemos.
¿Cuánto cuesta el kilo de generosidad?¿se puede comprar? No. Se alcanza como consecuencia del hábito personal de ser más generoso. Esto nos hace crecer y además diseminar comportamientos virtuosos en nuestra comunidad. Por eso es fundamental formarnos en hábitos buenos.
Desde esta perspectiva, todas las personas somos agentes educativos bidireccionales; nos damos y recibimos en el ejercicio de la virtud.
¿Existe “crisis de virtudes”? podemos decir que si... Depende de ti y de mí que en la búsqueda de la felicidad ahoguemos el defecto en exceso de magnanimidad. (continuará...)